Si alguna vez te has planteado montar una web ‘en serio’ (para algún proyecto profesional, por ejemplo) te habrás planteado qué necesitas contar para ponerte a ello. En primer lugar, sin duda, te habrán hablado de los dominios, la dirección de Internet que usamos para acceder a una u otra página web, o para enviar un e-mail a uno u otro usuario (genbeta.com, gmail.com, uned.es, un.org, etc).
Pero estos dominios sólo son una puerta de acceso a una determinada serie de contenidos. Estos contenidos (código HTML / PHP, imágenes, animaciones…) deben estar localizados en un espacio físico, lo que llamamos ‘hosting’ o ‘alojamiento web’. Los archivos que componen nuestra web se alojan en las unidades de disco de servidores, propiedad de nuestros proveedores de hosting, alojados por lo general en grandes centros de datos.
¿Qué alojamiento elijo entonces?
Nuestros proveedores no sólo nos ofrecerán espacio para los archivos de la web, sino también otros servicios complementarios como el envío de emails, acceso FTP para facilitar la actualización del sitio, bases de datos que nos permitan instalar gestores de contenidos (como WordPress), paneles de configuración, etc. En casi todos los casos, también nos facilitarán la reserva de dominios, pero si lo deseamos podemos usar los de otro proveedor.
Sabiendo eso, llega el momento de elegir el tipo de alojamiento que queremos para nuestro proyecto web. Es posible que la primera opción en la que pensemos sea un servicio de hosting gratuito, del tipo de Blogspot, Wix o Weebly… pero, aunque interesantes para dar nuestros primeros pasos en la gestión de sitios web, esta clase de alojamientos suele carecer de las funcionalidades y la flexibilidad necesarias para ofrecer una presencia web profesional.
Repasemos, por tanto, cuáles son las principales categorías en que se dividen los alojamientos web.
Alojamiento web compartido
El más económico, y por ello aquel por el que optan la mayoría de los usuarios. Esto se debe a que compartimos gastos compartiendo recursos: nuestros sitios web se alojan en el mismo servidor que los de otros clientes del proveedor de alojamiento (y comparten también, por tanto, dirección IP).
Es la opción más recomendable para aquellas webs sin requisitos de funcionamiento destacables y que no acostumbren a tener un número de visitas mensuales muy elevado.
El problema es que, al compartir servidor, las acciones de nuestros ‘vecinos’ repercutirán sobre nosotros: si la web de otro cliente es utilizada para el envío de spam, su IP (que también es la nuestra, recordemos) entrará a engrosar listas negras de Internet, dando como resultado que los internautas tengan problema para acceder a nuestra web, o que los e-mails que enviemos no lleguen a su destino.
VPS (Servidor Privado Virtual)
Si el alojamiento compartido viene a ser el equivalente a compartir piso, con el VPS (siglas en inglés de ‘servidor privado virtual’) pasamos a vivir en un bloque de pisos, en el que la existencia de recursos comunes no es óbice para vivir con completa autonomía.
El proveedor recurre a técnicas de virtualización para dividir un servidor físico en varios servidores virtuales, que compartimentalizan los recursos del primero y a los que sólo nosotros tendremos acceso. Si tu proyecto web requiere de más recursos y de una mayor personalización de la que puede proporcionarte el alojamiento compartido, el VPS es la opción que deberías elegir.
Eso sí: ten en cuenta que su coste aumentará ligeramente (en la mayoría de los casos un VPS básico sigue siendo una opción económica)… pero que la complejidad para configurar y mantener el servidor subirá varios peldaños a no ser que paguemos extra por delegar dicha tarea.
Servidor dedicado
En este caso, el bloque de pisos se ha compartido en un chalet para nosotros solos. Se trata de eso: de un servidor físico que no tenemos que compartir con ningún otro cliente, lo que le aísla de cualquier fallo de seguridad que pueda provocar un tercero, y le proporciona acceso total a las configuraciones del equipo y al software instalado en él.
¿Problema? El precio, por supuesto. De modo que si tu web no tiene altos requisitos de rendimiento no deberías ni plantearte esta opción.
Cloud hosting
El alojamiento en la nube es una opción cada vez más habitual, aunque muchos proveedores aún no lo prestan. Siguiendo con los paralelismos habitacionales, viene a ser como carecer de casa propia pero poder contar con un piso turístico en cada ciudad que visitemos… incluso si cada miembro de la familia decide viajar por separado. Más o menos.
La idea es que en realidad nuestra web no estará en un único servidor, sino distribuida entre varios servidores interconectados. Esto permite adaptar los recursos a las necesidades de cada momento, por lo que es bueno absorbiendo picos repentinos de tráfico.
Esta opción permite ajustar más el precio, pues se paga sólo por los servicios que usemos y no por paquetes preestablecidos, pero aún así su precio es bastante elevado, y no son fáciles de gestionar.
Una última cosa a tener en cuenta…
Además de la tecnología que hay detrás de cada uno de estos alojamientos, a la hora de elegir una u otra oferta deberemos tener en cuenta qué nos ofrecen.
No porque un VPS sea una opción más avanzada que un alojamiento compartido significa necesariamente que cualquier oferta de VPS vaya a ofrecer más espacio en disco, más bases de datos o mayor volumen de transferencia de datos que una oferta de alojamiento compartido.
Deberemos tener en cuenta todas esas características (y varias más) a la hora de valorar cuál es la mejor opción para nuestra web.
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